viernes, 10 de septiembre de 2010

Los espacios en blanco

Cuando empecé a escribir no sabía muy bien porqué lo hacía. Tampoco tenía muy claro porque al abrir este blog lo llamé “Espacios en blanco”. Pensé que hacía referencia al hecho de que era un espacio vacío que me daba la oportunidad de ir llenándolo con lo que se me fuera ocurriendo. Como suele suceder, las verdaderas motivaciones suelen presentársenos con claridad bastante después, y aunque parezca extraño, a veces uno es el último en enterarse de sus propias intenciones. 

Fueron apareciendo historias de familia, de varones que escapaban de tierras amargas y necesitaban urgentemente fundar un nuevo territorio.  De memorias y de olvidos, de exilios, de la sensación de ser los hijos absurdos de una raza antigua, de esconderse de un pasado que volvía, o peor que no volvía porque nunca había dejado de estar presente. Los “espacios en blanco” eran los parches que mis ancestros pegaban sobre su historia,  intentos de tapar los distintos dolores. Dolor del hambre, de progrom. Sobre todo esto caía un manto blanco que borraba el idioma, la religión, las barbas, los sombreros, los rostros originales. A medida que yo escribía y llenaba los “Espacios en blanco” con letras, el recuerdo volvía. Limpiaba de hojas una loza en el piso con las palabras “esto también es tu historia”

Pensé en las tragedias que caen sobre los que niega su origen. Lábdaco, se negó a seguir el antiguo culto de Dionisios y las bacantes lo destrozaron. El mal cayo sobre su estirpe: su hijo Layo fue un rey huérfano y su nieto Edipo heredó la cólera de los dioses. También los hijos de Edipo corrieron la misma suerte. Solamente en la vejez y en las puertas de Colono, ya dueño de su historia Edipo volvió a tener el favor de los dioses. Solamente dueños de nuestra historia volvemos a tener el favor de los dioses.

Escribo esto y pienso en mi abuelo y sus hermanos, nacidos en este país, tempranamente huérfanos, tratando de borrar de donde venían sus padres. Tratando de parecer otros. Todos castigados por la insatisfacción. Mauricio, mi abuelo, que cambió sus rasgos, trabajó como Sísifo y nunca llegó a estar a la altura de sus propias expectativas. Clara parecía una encarnación de Tántalo: jamás nada llegaba a satisfacerla. A pesar de haber logrado salir de la pobreza y ser una empresaria exitosa, siempre lamentaba lo que no había llegado a ser: una artista. De Abraham el menor poco se sabe. Cuando yo era chico ya era el tío loco, y al poco tiempo murió.

Hablo de Clara y de nuevo los caminos de la memoria y el olvido se cruzan. Hoy, en uno de los “juicios de la memoria” su hijo Fernando habló de ella. De como cuando la interrogaban en el D2 le decían “que era una judía de mierda, que se hacía la mujer decente  y que la iban a hacer jabón”. Nunca en los veinte años que sobrevivió a esto Clara comentó lo que había vivido. Siguió adelante como si nada hubiera sucedido. Hoy no puedo evitar pensar en el espanto de un dolor recurrente, de sentir que haber arrojado por la borda el pasado no evitó que volviera, monstruoso, a recordarle quién era y de donde venía.

La memoria sirve para airear las heridas. Del olvido, esa mancha que se come quienes somos, no tuvimos nada bueno. Ya no más espacios en blanco.

2 comentarios:

  1. Terrible lo de Clara y su flia...

    (¿Sabés que también ando revisando pasados? No para la próxima novela, sino para la siguiente...).

    Abrazo.

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  2. Martín: Un día cualquiera nos tomamos un café y cotejamos pasado terribles. Un abrazo y buen fin de semana.

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