De a poco los objetos dejan de girar alrededor y la velocidad deja paso al dolor y las preguntas: ¿estará sana la mano derecha después de este golpe?, ¿qué sentiré mañana?, ¿conseguiré repuesto para estos azulejos?, ¿estoy en mis cabales?.
La ira se va y queda el desconcierto, la duda sobre quién es el verdadero habitante de mi cuerpo: el hombre furioso y desorbitado, o el escribiente que sostiene el lápiz con la mano dolorida.