viernes, 26 de marzo de 2010

Petroleo

El blanco avanza comiéndose el color de la emulsión como una enfermedad borrando los recuerdos. En algunos años más nadie recordará que este hombre fué joven o siquiera que existió. El tiempo que le dió vida lo habrá devorado como una mancha voraz. Todo habrá vuelto a ser una página en blanco para que otros hombres, jovenes como era él en esta foto, se lancen a la aventura.
En el medio de la claridad está sentado mirando a la cámara. Parece brotar de la oscuridad de la ventana. Vemos el frío y la insatisfacción. El hambre de una vida mejor, el rencor del huérfano, las manos dispuestas a golpear puertas reclamándole al destino explicaciones: "¿Donde está mi tierra prometida?"
Seguramente no en este yermo, no en esta perforación petrolera, no en esta barraca inhóspita, de donde saldría para volver a Córdoba vencido, a una existencia convencional, a capitular con la vida una rendición sin condiciones, de la que a veces renegaba rabioso.
A medida que el tiempo pasó la memoria se fué adelgazando y este desierto frío fué convirtiéndose en una aventura juvenil, un tiempo fértil, un pequeño tesoro. Quizás el ultimo momento de libertad. Es posible que nunca volviera a mirar esta foto donde toda su rabia nos mira perforando la lente de la cámara
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viernes, 19 de marzo de 2010

Cal

Las imágenes se acumulan y se hace difícil organizarse para hacerlas salir. Como una inundación tratando de entrar en un cauce pequeño, tratan de salir de mi cabeza y encontrar palabras que circulen hasta mis dedos. Blanca y pastosa, tibia, untuosa, envolviéndome, así está la cal envolviendo y apretando mi cuerpo, quemándome la piel y las corneas. Tengo cuatro años y entré con mi hermano a jugar a la obra en construcción que está al lado de mi casa. Una tabla inclinada hace de tobogán y me subo, desde ahí caigo hacia abajo, hacia esa crema blanca en la que me hundo. Veo, a pesar del ardor, los vaqueros de mi madre. No se como aparezco en la ducha, ahora hay junto con mi madre otras mujeres. Reconozco a Cristina, la vecina que al año siguiente moriría en un accidente de tráfico; a Cecilia, mi tía abuela; a Monia, la mamá de Sergio. Ahora estoy en una clínica en la calle Deán Funes, mi papá entra a la habitación con un carro de bomberos de juguete de un color rojo subido, no sospecho la importancia que tiene para él el hecho que yo reconozca la forma y el color. Ahora estoy saliendo con el alta. No tengo marcas en el cuerpo. Llevo un oso de peluche, blanco como la cal que me quema, casi tan alto como yo. Estoy ahora esperando para entrar a ver al oftalmólogo. Lo veo, y el me ve. Me sientan frente a una pantalla blanca y la habitación se oscurece. Tengo que seguir un punto rojo que se proyecta. No van a hacerme el trasplante de corneas. Solo tengo las marcas de las quemaduras: sendas manchas blancas en la base de cada iris. Es el año 1974. Todavía es 1974 cuando siento ciertos olores o toco algo untoso y tibio.