lunes, 20 de septiembre de 2010

Invisible.

…y hay días en que soy como una corteza seca, esperándote en la cama y no venís, y estás absorta, mirando algo para mí intrascendente, embotada mientras el viento golpea las puertas y yo hago el inventario de los ruidos de la casa: canillas que aúllan, persianas que crujen. Y a medida que hago estas listas voy alimentando la bestia del insomnio. Voy a pasar otra noche en blanco.

“Tengo que estar tranquilo”, me repito, pero el animal herido sigue aullando en mi cabeza y las ganas de tocarte y abrazarte van dejando espacio para la soledad y la angustia; y el espacio entre los dos se va abriendo como una herida profunda, como una falla.

Las puertas se siguen golpeando por el viento y no me llamás, tampoco dormís. Me preguntás adonde estoy pero no contesto: cada uno permanece en su mundo. Podría buscar las pastillas y dormir un sueño profundo con garantía de descanso y resaca. Elijo el insomnio. Por lo menos en la falta de sueño y en el enojo no soy  invisible.

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