viernes, 6 de agosto de 2010

mapeo cerebral

La superficie blanca,  fría y suave del resonador recuerda una cápsula espacial o una heladera vieja. Las  formas  sinuosas hacen pensar en la pretendida organicidad de algunos electrodomésticos (licuadoras,  microondas). El diseñador del aparato  pretendió evocar una sensualidad ajena a la causa de lo que  me hace estar aquí recostado, moviéndome muy lentamente dentro del tubo.  Quizás su intención fuera distraernos del horror del encierro, de los veinte minutos en que estaremos a merced de la máquina, la cabeza sostenida por un arnés, rígido como el tocado fúnebre de Tutankamón. Pienso (mi mente busca puntos de fuga) en objetos de un futuro que no fue, los uniformes del personal de bases espaciales, azafatas de líneas inexistente, capsulas de hibernación, transportes siderales. Inmediatamente pienso en Alien y en 2001. Mala idea, en las dos historias los protagonistas quedaban a merced de computadoras crueles y asesinas: Madre, que carecía de toda moral (solamente buscaba cumplir su misión, la tripulación era descartable); y Hal, que pretendía eliminar a los navegantes  para liquidar la penuria moral de los hombres. No, definitivamente pensar en esto no está ayudando.
Consideraciones morales aparte,  intento que el pulsar rítmico de la máquina no me inquiete. Fugo ahora hacia el  corazón delator o peor, el pozo y el péndulo. Entiendo al hombre que atado,  esperando que el péndulo lo parta en dos, vislumbra su salvación en hacer que las ratas coman sus ataduras. Tanto peor: empiezo a pensar en la posibilidad que en este centro médico bastante deficiente haya roedores. Ya bastante tuve que pelear por el turno del estudio y sus sucesivas postergaciones, más la sospecha de que maltratan a los pacientes que vienen por obra social, como para aguantar la idea de que, atado como un matambre sienta bichos subiéndome.
Empiezo a transpirar y me pica la espalda. La cabeza me late acompasadamente, siguiendo el ruido de la máquina. Con el imaginario desatado pienso en la catalepesia y en ser enterrado vivo, en el extraño caso del doctor Waldemar, en las fantasías de Meyrink. Sin embargo, inesperadamente empiezan a aparecer la novia de Dracula, y junto con ella, Elsa Lanchester vestida de novia de Frankestein. La comparo con la médica y pienso en la misma Elsa interpretando a la enfermera de Charles Laughton en Testigo de Cargo. ¡Que buena que estaba todavía Marlene Dietricht en esa peli! E inmediatamente la imagen de Lola Lola viene a cantarme al oído,  con acompañamiento de resonador magnético, “Estoy hecha de la cabeza a los pies para amarte”
¡Que cantidad de cosas extrañas que se suceden en mi cerebro!, pienso. ¿Saldrán en el mapeo?  Y ahí me da un poco de pudor y trato de no pensar en nada hasta que termina el estudio.

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